Sostenibilidad insostenible. Balance de 2024 y una mirada al futuro
2 de diciembre de 2024 Por Alberto Muelas
2024 se termina; 2025 está a punto de comenzar. Llegó el momento tan esperado del año en el que se publican las listas de las mejores canciones y libros de 2024, los consejos de moda y cosmética para 2025, los propósitos de año nuevo y, también, las grandes megatendencias de sostenibilidad que todo el mundo espera.
Al igual que con las uvas de nochevieja, hay momentos en los que dudo de la utilidad de la tradición, pero en honor del espíritu festivo de la ocasión, no quiero dejar de contribuir a la causa.
No obstante, mi gran aportación a la lista de las megatendencias de sostenibilidad es, de hecho, solo una: la sostenibilidad insostenible. Me parece que, en estos momentos, no hay mayor discusión en torno a la sostenibilidad que si el propio concepto sigue teniendo futuro o no. Incluso la ciencia hay momentos en los que necesita fe y, por mucho que estén demostrados los efectos del cambio climático antropogénico o la injusticia social, si las personas no creemos en la necesidad de combatirlos, la batalla está perdida antes de empezarla.
Creo que nadie es ajeno en estos momentos a los movimientos de greenhushing, o anti-woke o anti-ESG. A menudo situamos el epicentro de estos movimientos en EE.UU. pero lo cierto es que, aunque expresado de forma distinta, en la UE nos encontramos con una situación similar. El greenpushing (esta palabra me la acabo de inventar, pero suena bien ¿no?) que hemos vivido en el último lustro especialmente por parte del regulador, con iniciativas que no siempre han sido rotundamente exitosas (por ejemplo, la Taxonomía de la UE) han generado un nivel significativo de rechazo (a menudo silencioso) por parte de las empresas e indiferencia por parte de la sociedad en general.
¿Por qué? En mi opinión, no se trata de la sostenibilidad, se trata de la interpretación que le hemos querido dar.
En sí mismo, la “sostenibilidad” es uno de esos conceptos con una connotación totalmente positiva, como “bienestar” o “vacaciones”. Es difícil decir que se está en contra de la sostenibilidad, sobre todo porque la alternativa no tiene sentido. La alternativa a “sostenible” es “insostenible” y ¿quién quiere ser realmente insostenible?
El problema de la sostenibilidad es la interpretación que se hace de ella, cuando su significado se quiere reducir a solo un ejercicio de reporte o a algo cosmético que va en contra de los intereses del negocio. Los negocios no quieren ser insostenibles, tan solo rechazan esta forma de entender la sostenibilidad.
De hecho, esta forma de entender la sostenibilidad puede estar causando un retroceso en la gestión de las empresas. En España, cuando miramos los informes sobre la función de sostenibilidad que publica DIRSE periódicamente, entre 2014 y 2019 vimos una cierta progresión hacia un papel más estratégico de estos departamentos.
El segundo problema parte también de negar los dilemas. De decir que todo es posible. Nada resta más credibilidad que negar lo obvio. Estoy razonablemente de acuerdo con casi todo lo que dice Al Gore (por escoger al experto en clima más emblemático) excepto cuando afirma que la lucha contra el cambio climático puede ser bueno para la economía y que creará empleos.
Cuando tenía 20 años me hice una lesión de rodilla. Los días en los que quiero ver el lado bueno de aquello pienso que, gracias a la rehabilitación por la que tuve que pasar, adquirí una rutina de ejercicio que, posiblemente, me ha ayudado a estar más sano hoy. Pero la verdad es que si de lo único que me sirvió la lesión fue como excusa para hacer ejercicio, nada me hubiera impedido buscar una excusa mejor. Si no me hubiera lesionado y hubiera empezado a hacer ejercicio por otro motivo, hoy estaría igual de sano de lo que estoy hoy y, además, tendría una rodilla perfecta y me hubiera ahorrado el dolor del tratamiento y la rehabilitación. Además, ahora ha llegado un punto para mí en el que se trata de un dilema. Tengo que elegir entre hacer el “sacrificio” de hacer ejercicio con mi rodilla o disfrutar de más ocio a costa de tener algo más de dolor o molestias en la articulación. No puedo estar ocioso y no tener dolor de rodilla. Sencillamente, no es físicamente posible.
Con el deterioro ambiental es un poco parecido. Si de lo único de lo que nos ha servicio es para invitarnos a hacer la transición energética, nada nos hubiera impedido buscar una excusa mejor para hacerla y así tendríamos un mejor sistema energético en un mundo que no es 1,5ºC (en el mejor de los casos) más caliente, con todos los efectos sociales y económicos asociados. Además, ha llegado un punto en el que hay que elegir entre el “sacrificio” de forzar una transición energética a costa de la posible destrucción de actividad económica y empleo, o preservar la actividad económica y el empleo a costa de acelerar el cambio climático. Sencillamente, no es posible tenerlo todo.
Precisamente eso son los dilemas que hay que reconocer y abordar frontalmente desde un punto político. El debate no se debe centrar en la existencia del problema (sostenibilidad sí o sostenibilidad no), el debate se debe centrar en cómo lo podemos solucionar. Porque al final todo se reduce a la escala de valores que, como sociedad y la cultura que tenemos, hemos desarrollado. ¿Qué preferimos, empleos o clima?
Afortunadamente, el mundo no es tan binario como lo que estoy presentando ahora (pero espero que haya ayudado a entender la reflexión que estoy tratando de trasladar). Los empleos no son el opuesto a la lucha contra el cambio climático. Hay formas de luchar contra el cambio climático que permiten mitigar las posibles consecuencias negativas sobre la economía y el empleo. Pero negar de la existencia de esas consecuencias negativas, no le hace un favor a nadie. Una vez que se reconoce la existencia de los dilemas y los trade-offs entre las distintas alternativas, es posible definir mecanismos para compensar los daños colaterales. Negar los dilemas y los trade-offs solo empeora las consecuencias de las acciones políticas.
Llegados a este punto, el juego nos puede gustar más o menos, pero si queremos jugar no nos queda más remedio que aceptar las reglas. Porque de momento, me temo que no tenemos un juego alternativo.
Es cierto que pensar en desarrollo socio-económico medido a través de un indicador como el PIB, con teorías económicas que solo son capaces de asegurar el pleno empleo y el bienestar con un crecimiento de actividad indefinido y un aumento constante del uso de recursos, nos condiciona mucho. Pero me temo que, por el momento, y con el permiso de los ODS, o la Doughnut Economy o las teorías de decrecimiento, no disponemos de modelos teóricos que nos permitan compatibilizar la maximización del bienestar personal y social con los límites ecológicos del planeta. O bien intelectualmente no hemos sido capaces de concebirlo; o bien social y culturalmente no hemos sido capaces de implantarlo con éxito.
La buena noticia es que vamos a terminar el año con casi 8.000 millones de personas en el planeta. Eso son 12.000 millones de kilos de cerebros humanos pensando al mismo tiempo. Infinitamente más que en ningún otro momento de la historia. Y solo hace falta una persona y una gran idea para cambiar el mundo. A pesar de la urgencia del desafío, si alguna vez hemos tenido la capacidad intelectual y humana para resolverlo es ahora.
Todo esto para terminar, finalmente, con mi pronóstico para 2025:
- La sostenibilidad seguirá estando de moda pero posiblemente asistamos a un punto de inflexión en la forma en la que se interpreta. Poco a poco veremos una forma de entender la sostenibilidad más práctica y realista. Pasaremos del “greencooling”, la sostenibilidad como pose o como algo guay; al “greenhumbling”, entender que no somos tan poderosos como para conseguirlo todo y aceptar las limitaciones en el modelo de desarrollo socio-económico.
- En este contexto, veremos tensiones crecientes entre regulador, empresas y sociedad en general por la forma particular que tiene cada uno de ellos de entender la sostenibilidad. Asistiremos a algunos fracasos regulatorios y normativos más y, como respuesta a ellos, una respuesta por parte de las empresas y la sociedad que se dividirá entre el rechazo y la indiferencia, especialmente en el terreno del reporte.
- En algunos ámbitos será especialmente relevante la tensión entre los distintos agentes sociales, como las políticas agrarias, la transición energética, las políticas migratorias o los mecanismos de compensación climáticos, entre otros.
- Las empresas cada vez encontrarán más valor en el tipo de sostenibilidad que está fuertemente vinculada a su core business. El desarrollo sostenible es un vector de riesgos y oportunidades para las empresas y, por lo tanto, fuente de ventajas competitivas. Una buena gestión de esos riesgos y oportunidades puede ayudar a mejorar la capacidad de crecimiento y la eficiencia de las empresas.
- Será interesante ver lo que hacen las empresas en países como China, India, Indonesia, o Corea del Sur, entre otros. En estos países, esa forma de entender la sostenibilidad más vinculada al core business se ha desarrollado de forma más natural y puede que sus empresas estén llamadas a liderar ese cambio de paradigma en la sostenibilidad que hace tanta falta (incluso cuando ahora también están lejos de ser perfectas).