La ironía del cambio climático o sobre cómo los seres humanos empezaron enfriando el planeta
11 de septiembre de 2024 Por Alberto Muelas
En 2024 se han vuelto a superar los récords históricos de temperaturas (máximas) en muchos lugares del planeta. Las consecuencias ya son ampliamente conocidas, pero, aún a riesgo de repetir lo obvio, el número de muertes por golpe de calor y meteorología extrema, la pérdida de cultivos, las migraciones masivas, o la pérdida de ecosistemas, van en aumento.
Ante el problema del calentamiento global, la respuesta parece obvia: tenemos que conseguir lo contrario, el enfriamiento global. La buena noticia es que los seres humanos ya lo consiguieron hacer una vez y no hizo falta ningún megaproyecto de geoingeniería. La mala noticia es que no fue agradable.
Hace 5 años, un equipo de la University College London desarrolló la teoría de que la llegada de los europeos a América contribuyó a reducir la temperatura global en 0,15ºC. No parece demasiado, pero contribuyó al crecimiento de los glaciares en las zonas montañosas de Europa, Alaska, Patagonia y Nueva Zelanda entre otras consecuencias.
¿Cómo fue posible? Los europeos provocaron la muerte de 56 millones de personas en América, lo que llevó al “abandono” (no sé si la palabra “abandono” es la más adecuada puesto que estar muerto parece una buena excusa para dejar de hacer algo) de pastos y cultivos en favor de bosques, cuya superficie pudo haber crecido 55,8 millones de hectáreas. Esto es una superficie mayor que todo el país de Paraguay. La capacidad de absorber y almacenar carbono de esos árboles puede explicar aproximadamente el 50% de la variación de temperatura de lo que hoy se conoce como Pequeña Edad de Hielo.
¿Lecciones aprendidas?
- Una variación de temperatura de 0,15ºC ya tuvo consecuencias significativas para las personas. Aumentó la mortalidad por olas de frío, disminuyó la producción agrícola (con las hambrunas y cambios de dieta asociados), algunos pueblos de Suiza quedaron engullidos por los glaciares, se produjeron migraciones masivas hacia zonas cálidas y, en un orden más anecdótico de las cosas, el río Támesis se congelaba de vez en cuando. Ahora nos estamos enfrentando a un cambio de temperatura de, en el mejor de los casos, 1,5ºC. Puede que el desarrollo económico, social y tecnológico nos haya hecho más resilientes (al menos, a una parte del planeta), pero hay cosas que ni Bill Gates, Jeff Bezos o Elon Musk pueden solucionar.
- La solución realmente es simple: reforestar. El árbol es la mejor tecnología de la que disponemos para captar y almacenar CO2. Ya nos ha funcionado en el pasado. Pero el suelo es también un recurso escaso, así que es un juego de suma cero. Si aumentamos la superficie de bosque, la tenemos que reducir de otras cosas. La transformación de la cadena de valor de la alimentación para la reducción de pastos y uso agrícolas y, al mismo tiempo, aumentar la capacidad de producir alimentos para sostener a una población mundial creciente es clave. En resumen, hay que “des-suelitizar” la producción de alimentos o, si no se me permite inventar nuevas palabras, comer alimentos cuya producción requiera menos cantidad de suelo. Esto combinado con otras soluciones de urbanismo y aforestación.
- La Pequeña Edad de Hielo se produjo a costa de 56 millones de muertes. El calentamiento global podría haber costado la vida de 4 millones de personas entre 2000 y 2024 y seguimos sumando a un ritmo de 000 personas al año. Idealmente deberíamos encontrar una forma de influir en el clima (para mejor) que no conlleve la pérdida masiva de vidas humanas (y no humanas). Igual el titular ya está muy manido, pero lo que está en peligro no es el planeta. El único riesgo que puede sufrir la Tierra es parecerse más a Venus, pero siempre podrá subir una foto a Instagram para presumir de bronceado. Lo que realmente está en juego aquí es la vida de las personas. Somos las víctimas de nuestros propios actos. Afortunadamente, si estas leyendo esto existe una probabilidad muy alta de que seas una persona y, como tal, tienes una enorme capacidad para influir en nuestro destino común.