
Inteligencia Artificial: Ventajas y riesgos para el periodismo
3 de marzo de 2025 Por Antonio San José
De repente, en muy poco tiempo, los profesionales de la información se han encontrado con una nueva realidad que ha crecido y se ha desarrollado ante sus ojos con una velocidad sorprendente. La irrupción de Chat GPT supuso el inicio de una auténtica revolución en el oficio basada en la denominada Inteligencia Artificial, una especie de epifanía en el que algunos han creído ver un futuro pleno de bienes sin amenazas de ningún tipo. Y no es así, en absoluto.
OpenAI, se ha convertido en el oscuro objeto de deseo del multimillonario Elon Musk, antiguo socio de Sam Altman, hoy convertido en su íntimo enemigo. A su vez, el magnate, nuevo mejor amigo de Donald Trump, ha puesto sobre la mesa casi 100.000 millones de dólares para hacerse con una compañía en la que ve un valor que supera claramente los limites de lo estrictamente comercial. La súbita aparición de la empresa china DeepSeek, ha agitado las aguas de un ecosistema en el que se prevé que actúen en un futuro próximo nuevos y potentes competidores. La Inteligencia Artificial es, y así parece la forma correcta de verlo, una excelente aliada para auxiliar a los periodistas en tareas de limitado valor añadido o que pueden reducir muy sensiblemente los tiempos de elaboración de sus informaciones. Con esta nueva tecnología es posible traducir textos con enorme precisión, buscar documentación, segmentar resultados, transferir conferencias a texto escrito, establecer patrones de comportamiento, analizar publicaciones y muchas tareas más que suponen, sin duda, un gozoso hallazgo en la vida de los autores de textos informativos.
El peligro es que algunos, los más laxos o perezosos, sientan la tentación de que la tecnología haga el trabajo por ellos otorgando a la máquina la potestad de elaborar falsillas y redacciones de corte mecánico. El riesgo absoluto de eliminar, o minimizar, el “factor humano” nos conduciría a un periodismo automático, frio, sin alma, pulso ni creatividad. Por muchos avances que lleguen a la profesión siempre va a ser necesaria la intervención de un profesional que aporte su experiencia y su capacidad de verificar la autenticidad de los datos y las informaciones.
El otro gran riesgo es la incapacidad para distinguir entre lo verdadero y lo falso. Podemos escuchar audios en los que la voz reconocida de un personaje público afirma cosas que éste jamás ha pronunciado realmente. De igual manera, cada vez cuesta más trabajo distinguir entre una imagen, fija o animada, creada por AI de otra captada de la vida real. Ya no es posible creer en lo que se ve y en lo que se escucha, ahora es preciso asegurarse de su autenticidad para evitar ser víctima de una noticia “fake” y, lo que es más grave aún, utilizar esa creencia para difundirla al publico en cualquier soporte.
Nos encontramos ante un momento crucial de la profesión en la que, sin negarnos al progreso, hemos de extremar las cautelas para que no nos arrolle y destruya nuestra credibilidad como periodistas. Como siempre ha ocurrido, los avances tecnológicos son buenos y malos al mismo tiempo, todo depende de su uso. Por ello la formación de los profesionales de la información se revela imprescindible y, con ella, la reivindicación de los valores que debe acreditar todo periodista. Hoy son cada vez más inexcusables la ética y la deontología profesional. La honestidad, el desvelo por la verdad, el rigor, la comprobación, el contraste y la conciencia de estar trabajando con un material sensible, son extremos que no podemos ignorar como colectivo. Sencillamente, porque resultan más necesarios que nunca.